Por Jose María Posse - Abogado, historiador y escritor
En junio de 1812 el general Manuel Belgrano, quien se encontraba en Jujuy al mando del Ejército del Norte derrotado en Huaqui (actual Bolivia), recibe la orden del poder central (el Triunvirato, residente en Buenos Aires), de abandonar las provincias del norte a su suerte.
Debía retroceder hasta Córdoba y allí intentar reforzar el Ejército. En el camino, le ordenaban pasar por Tucumán con el fin de requisar todo el armamento de la ciudad y levantar la fábrica de armas que se estaba instalando. Belgrano ordenó entonces al pueblo jujeño hacer abandono de sus posesiones y quemar todo aquello que no pudiera transportarse. La estrategia era dejar “tierra arrasada” a los realistas y así retrasar su avance ante la falta de suministros. La situación era crítica; el comandante realista Pío Tristán, enviado del teniente general José Manuel de Goyeneche, encabezaba una fuerza militar punitiva que avanzaba desde el Alto Perú, sometiendo cada ciudad y población importante. A su paso iba ajusticiando de manera cruel a los líderes revolucionarios y empujando a sus familias a la miseria. Las cabezas en lo alto de picas sangrientas en las principales plazas altoperuanas, así lo atestiguaban (Carrillo Joaquín. Jujuy Provincia,… cit, p.176).
Tribulaciones
El general Belgrano avanzaba lentamente, en medio de grandes tribulaciones. De la clase gobernante salteña no podía esperar ayuda; así lo denuncia en una carta fechada el 30 de agosto de 1812, donde manifiesta su desaliento por el escaso apoyo encontrado en esa provincia.
Se le habían negado caballos y mulas, mientras que a los realistas que los perseguían, se les vendían a buen precio todo cuanto precisaran. El peor mes para esa marcha era agosto, ya que los ríos estaban secos o apenas llevaban un hilo de agua. No había pastaje para la caballada y hacienda, causando todo ello una gran mortandad. Llenos del polvo del camino, sedientos y hambrientos, pero jamás vencidos, llegaron a Tucumán en la primera semana de septiembre.
En vez de entrar a la ciudad de San Miguel de Tucumán, eligió desviar la ruta hacia Burruyacu, para partir por el antiguo Camino de las Carretas hacia Santiago del Estero, y desde allí a Córdoba. Mientras tanto, el exhausto general realista Pío Tristán, al ver la maniobra de Belgrano, creyó que se dirigía directamente hacia Santiago del Estero; por ello decidió quedarse en Metán para reaprovisionarse. La estrategia para demorar la marcha de los realistas daba al fin sus frutos.
La Encrucijada
En la primera semana de septiembre el general acampó en el paraje de La Encrucijada (un cruce de caminos en Burruyacu), para dar descanso a la tropa y enviar emisarios a Tucumán, ciudad que debía desarmarse a la brevedad. Pero el sagaz porteño barajaba otra posibilidad (Manuel Belgrano, Autobiografía, cit, p 61). El propio Belgrano relató ello al comentar acerca del envío del comandante de Húsares Juan Ramón Balcarce “para promover la reunión de gente y armas...”.
Lo eligió en razón de las vinculaciones que tenía en la ciudad desde 1806, cuando estuvo en Tucumán como ayudante de milicias. Destaca Belgrano que Balcarce “desempeñó esta comisión muy bien, dio sus providencias para la reunión de la gente, así en la ciudad como en la campaña, bien que más tuvo efecto en esta en que intervinieron don Bernabé Aráoz, don Diego Aráoz y el cura Pedro Miguel Aráoz, pues en la ciudad, con vanos pretextos, o sin ellos, no tomaron las armas, siendo los primeros que no asistieron a los capitulares…” (Manuel Belgrano, Autobiografía y memorias sobre la expedición al Paraguay y Batalla de Tucumán. Bs As. 1945, p.61)
Los tucumanos buscaron en la figura del caracterizado vecino don Bernabé Aráoz, el líder civil que los representara. Conocido por su carácter firme y probada ascendencia entre los gauchos, no había quién igualara sus méritos. Miembro prominente de un poderosa familia, en su mayoría jugados por la causa de Mayo, representaban un grupo expectable. En casa de Aráoz, según Rudecindo Alvarado, se decidió quienes integrarían la embajada; la que estaría compuesta por el propio Bernabé y Cayetano Aráoz (quien si bien ocupaba un lugar en el Cabildo, no fue en su representación), el cura Pedro Aráoz (luego congresal de nuestra Independencia en 1816), y el oficial salteño Alvarado, bravo patriota de la primera hora. Belgrano también recuerda a Diego Aráoz en aquella reunión (General Rudecindo Alvarado, Memorias, Belgrano, fragmento sobre la Batalla de Tucumán, La Madrid, Observaciones y Memorias. El original se encuentra en poder de la familia Aráoz en Tucumán).
Los Aráoz
Lo primero que hicieron los Aráoz fue hablar con el enviado Balcarce, para solicitar una conferencia personal con el General. Previamente expusieron un plan desesperado, conviniéndose una reunión con Belgrano. Pero las órdenes del militar eran muy claras: además de levantar las existencias de la maestranza del ejército en la ciudad, debía confiscar todas las armas de fuego, sables, espadas y lanzas en existencia en San Miguel. Las órdenes fueron tomadas de muy mala manera por los tucumanos, ya que era sentenciarlos a una muerte segura, sin posibilidad de resistencia.
Esa embajada que marchó al encuentro de Belgrano, como grupo representativo del sentir de la mayoría de sus comprovincianos, se dirigió a un punto en el antiguo camino de las carretas hacia Santiago del Estero llamado curiosamente La Encrucijada, a efectos de convencer al general porteño de que existía una mínima esperanza. Era el lugar y el momento para jugarse el todo por el todo (José María Posse, Tucumanos en la Batalla de Tucumán, Basílica de Nuestra Señora de La Merced, Tucumán 2012, ps 14/15).
La entrevista se produjo el 10 de septiembre. Los Aráoz le expusieron fundamentos estratégicos, como el hecho que dejar a Tucumán y el norte a los realistas, llevaría a un resentimiento profundo hacia los porteños, quienes difícilmente podrían volver a contar con los pueblos del norte. También por supuesto, los motivos humanitarios de rigor fueron expuestos, pero quizás lo que más decidió a Belgrano fue el argumento de que el pueblo, al verse despojado de todo armamento y librado inerme a los enemigos se sublevase. Ello sería el fin de la revolución.
El 12 de septiembre escribió al Triunvirato informándoles su decisión de desobedecer las órdenes. Subraya su oficio con estas palabras: “Acaso la suerte de la guerra nos sea favorable, animados como están los soldados. Es de necesidad aprovechar tan nobles sentimientos que son obra del cielo, que tal vez empieza a protegernos para humillar la soberbia con que vienen los enemigos. Nada dejaré por hacer; nuestra situación es terrible, y veo que la patria exige de nosotros el último sacrificio para contener los desastres que la amenazan” (Manuel Belgrano, Autobiografía y Memorias sobre la Expedición al Paraguay y Batalla de Tucumán, Bs. As. 1945, p.61).
Testigo directo
El 6 de febrero de 1862, el ya general Rudecindo Alvarado en carta a doña Teresa Aráoz Velarde, una de las hijas de Bernabé Aráoz, narraría lo ocurrido en esos días. Alvarado estaba en Tucumán, cuando se supo de la retirada de Belgrano, por ello evocaba: envolvía la convicción de la superioridad de las fuerzas realistas, de la debilidad de las independientes y, lo que era más afligente, se desconocía el punto hasta donde podría ausentarse nuestro pequeño ejército, con lo cual se temía que la retirada fuera hasta la propia Buenos Aires y no hasta Córdoba. Fue en esos momentos de nerviosismo general que llegó a Tucumán el teniente coronel Juan Ramón Balcarce, enviado por Belgrano. A poco de arribar dispuso que todos presentaran las armas que tuviesen. Se le entregaron las escopetas, sables, pistolas y hasta espadines de los cabildantes, de lo que se apoderó el señor Balcarce sin más excepción de mi sable y pistolas, que como oficial me fueron devueltas. La requisa, añade la carta, exaltó a los ánimos de los patriotas tucumanos, y muy notablemente el del señor Bernabé, padre de usted, en cuya casa se practicó una reunión de vecinos y se acordó por unanimidad nombrar una comisión cerca del comandante Balcarce. Esa comisión formada en casa de Aráoz, debía manifestarle el disgusto del vecindario por el hecho de desarmarlo e inutilizarle así los esfuerzos generosos que ofrecerían, si el ejército se resolvía a ayudarlos en la defensa. Al encontrarse con el general porteño, este pidió mil hombres montados y una suma de dinero, y el señor don Bernabé contestó que en lugar de mil serían dos mil lo que ofrecía, y en cuanto a la suma de dinero, dijo que sería llenada inmediatamente. Ello fue en sí, lo que decidió a Belgrano a presentar batalla. Alvarado terminaba su misiva con la siguiente reflexión: “el patriotismo tan puro como heroico del padre de usted, su bien merecida influencia y los medios que nunca economizó en defensa de la patria, le dieron títulos de honor que ojalá hubieran sabido apreciarse. (General Rudecindo Alvarado. Memorias, Belgrano, fragmento sobre la Batalla de Tucumán, La Madrid, Observaciones y Memorias).
Determinados
Claramente Manuel Belgrano estaba buscando una excusa para desobedecer a Buenos Aires y esto lo decidió (Carlos Páez de la Torre, Historia de Tucumán Editorial Plus Ultra 1987. ps 188). En aceptar el desafío, desobedecer la orden de Buenos Aires y dar batalla estuvo la genialidad de Belgrano y esto marcó el destino de la patria naciente; como también el arrojo y firmeza de los tucumanos, decididos a jugarse por una causa que no terminaba por revelarse en cuanto a sus reales alcances.
Su determinación inscribió sus nombres en letras de oro en los anales de la guerra revolucionaria. Ese día en La Encrucijada se decidió la suerte de los acontecimientos que culminaron en la Batalla del 24 de Septiembre de 1812, en la cual se salvó la suerte de la revolución sudamericana. Lamentablemente la carta de Alvarado fue publicada en tiempos actuales, razón por la cual no tuvieron acceso a ella el padre de la historiografía argentina, Bartolomé Mitre, ni el padre de la historiografía tucumana, el abogado e historiador Manuel Lizondo Borda; de haberse conocido la misiva en sus tiempos, la figura de Bernabé Aráoz no hubiera tardado tanto tiempo en ser reconocida.